En las barriadas a las afueras de Bogotá, el debate no es sólo entre los candidatos a la Presidencia más opcionados, sino también entre la esperanza y la apatía que despierta la política entre las comunidades más empobrecidas de Colombia. En Altos de Cazucá, antiguo barrio de invasión, el reto aún consiste en que sus pobladores salgan a votar en un país donde el voto es voluntario y el abstencionismo vence la participación. En las lomas de Altos de Cazucá, Soacha, ubicado a las afueras de Bogotá, no se ven afiches de políticos en plena campaña presidencial, ni en las calles sin pavimentar, ni en las casas de ladrillo y lata. “Siempre nos roban” Tal vez para evitar la estigmatización en una comunidad que bien sabe de eso, como antiguo punto de invasión, y donde ejercían influencia grupos armados. Entre la basura de las esquinas, algunas personas buscan qué comer, junto con sus perros. Otras viven del llamado “rebusque”, o trabajo informal. Otras buscan empleo, como Laura Katherine Badillo, madre de 22 años, quien confiesa que creer en la política es difícil: “De mi familia, algunos dicen que no van a votar. Por el simple hecho de que no quieren que vuelva y pase lo mismo. O de que es ir a perder el tiempo. O de que no sirve de nada, porque siempre nos roban, o la corrupción sigue”, dice. Sin embargo, ella votará por primera vez en estos comicios: “Quiero ir a votar porque nosotros como ciudadanos, damos el cambio. Creo yo que el gobierno anterior trajo muchas decepciones a muchas personas”, afirma. “Buscar una posibilidad de cambio” Un debate entre la esperanza y la apatía, como reconoce el padre Jairo Humberto Cruz, líder social en la zona desde hace más de 20 años: “En este sector, el político llega en elecciones. Llegan, los engañan con un tamal, les prometen una vida y la otra, pero después se van. En este momento hay como un clima de apatía, pero a la vez, también de decir ‘en este momento, tenemos que unirnos todos pero tenemos que buscar una posibilidad de cambio en este país’”, comenta. A Altos de Cazucá han llegado colombianos de distintas partes del país, desplazados por la violencia, así como migrantes venezolanos. Ludy Karine Gómez, indígena de 33 años que huyó de la violencia en el departamento del Tolima y vive ahora en una pequeña habitación junto con sus dos hijos, anhela una mejoría: “El sueño de todo colombiano, y de las personas más humildes, como uno, el sueño que uno quiere es que cambie el país. Que haiga paz… Uno quisiera volver porque tiene más esperanza en el campo que casi en la ciudad”, lamenta. Recicladores, celadores, vendedores informales que viven en la zona, esperan que, con el nuevo gobierno, lleguen también nuevos aires, en un país donde al menos 20 millones de personas viven en la pobreza.